La corbata es una prenda de vestir que, pese a su aparente sencillez, encierra una larga historia y simbolismo. Su origen se remonta al siglo XVII, cuando un regimiento de mercenarios croatas al servicio de Francia llamó la atención del rey Luis XIII por el curioso pañuelo anudado que llevaban al cuello, destinado a sujetar la parte superior de la camisa.
Este detalle, que combinaba practicidad y elegancia, fascinó a la corte francesa, donde rápidamente fue adoptado como accesorio de distinción bajo el nombre de “cravate”, término derivado de croate.
Durante los siglos XVIII y XIX, la corbata evolucionó como símbolo de refinamiento y estatus social, pasando de los lazos amplios y ornamentados de seda o encaje a versiones más sobrias y estructuradas. Con el tiempo, la moda inglesa impuso su estilo más discreto, sentando las bases de la corbata moderna.
En el siglo XX, especialmente a partir de los años 20, la corbata se convirtió en un complemento indispensable del traje masculino. Su forma se estilizó, adoptando los pliegues y proporciones que hoy reconocemos, fabricándose en seda, lana o algodón, con distintos nudos y anchos según la época.
Actualmente, la corbata se ha transformado en un símbolo universal de elegancia y formalidad, pero también de identidad personal. Sus múltiples diseños, texturas y colores permiten expresar carácter y estilo, adaptándose tanto a contextos formales como informales.
A pesar de los cambios en la moda, la corbata mantiene su esencia: un pequeño fragmento de tela que, más allá de adornar, realza la presencia y refleja una tradición que ha perdurado por más de tres siglos.
















